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Pedro Cerda: “En semana santa vendemos casi cuatro mil kilos de pescado”


ENTREVISTA: A sus 62 años, Pedro disfruta de cada día que trabaja en el Mercado Central. Antes de llegar a uno de los puntos de mayor interés de Santiago tenía una fábrica de cinturones, la que quebró con la llegada de empresarios chinos. Hoy, nueve años después, rememora sus andanzas e historias en un empleo que el define como “una mina de oro”.

                                                                                                                                                   Por Luis Escares.

Es un hombre que tiene picardía, y claro, si no la tienes en el Mercado Central poco puedes hacer ahí. Pedro Cerda, de 62 años, se ha dedicado durante nueve años a  ser vendedor del recinto metropolitano en el local J.V., al cual llegó tras no poder continuar con su negocio de fabricación de cinturones, pero según él “cayó parado en este lugar”.

Cada día debe levantarse a las cinco de la mañana para estar a las siete en el Mercado, pero en semana santa se duerme poco. Turnos de 24 horas acompañan a muchos de los trabajadores pesqueros, quienes por ganar más dinero aprovechan de esforzarse el doble, y Pedro no es la excepción.

En medio de su jornada, en donde diariamente habla con más de 500 personas, Pedro rememora los momentos que ha pasado, y lo sacrificada que es la vida en el Mercado, pese a que enfatiza que “el rédito económico es importante” y la solidaridad entre todos es clave para el trabajo día a día.

¿Cómo llegó a trabajar en el Mercado Central?

Llegué hace nueve años, justamente para una semana santa. Era amigo del dueño del local, y justamente no tenía trabajo, ya que dejé mi fábrica de cinturones, con la llegada de los chinos jodió. A mí me costaba $1.800 pesos construirlos y a ellos $700, no tenía por donde salvarme, por eso tuve que cambiarme de rubro.

¿Fue difícil el comienzo?

Yo no diría que difícil, pero si sacrificado. Me he dado cuenta que esto es un gran trabajo, y como llegué en la semana santa se me hizo más fácil.

En estos nueve años ¿Qué le gusta más de su trabajo?

Acá uno se entusiasma con la plata, porque se puede llevar sus buenos pesos. En todos lados no pagan lo mismo, y esto es una fuente inagotable de riqueza para nosotros, es como una mina de oro. Casi todos se quieren quedar trabajando acá, esto te da cierta estabilidad.

¿Pero pasar de fabricante a vendedor es una tarea compleja o no lo vio así?

La clave es tratar bien con la gente, aunque de repente el público es un poco complicado o porque algunos sólo vienen a turistear. Este trabajo es tranquilo y creo que eso me terminó convenciendo.

¿Cómo es un día en el Mercado Central?

Existe mucho movimiento. En el día está la gente que viene a comprar, pero en la noche esto sigue con el mismo ritmo, porque vienen a descargar, acá no existe el descanso. Aparte somos el cuatro mejor mercado que existe en el mundo, por eso todos los extranjeros quieren venir acá, y tenemos que mantener eso.

Y los turistas ¿Cómo se portan con ustedes?

Ellos quedan asombrados con todo lo que tenemos, especialmente los brasileños. Hace cinco años estaba invadido de chinos, porque allá se comen todo, la cabeza del salmón, la guata del congrio, todo. Pero ahora los hermanos peruanos y brasileños son los que más pasan por acá. Hay que tener personalidad para hablarles a todos.

Durante Semana Santa el Mercado Central se transforma, y Pedro junto a sus compañeros lo saben. Es una fecha especial, en donde los santiaguinos luchan por conseguir productos del mar.

¿Cuántos kilos de pescado llegan a vender en Semana Santa?

Nosotros debemos vender unos tres mil o cuatro mil kilos entre todos los productos durante estos días. Es la semana más fructífera del año.

¿Los chilenos somos buenos para el pescado y los mariscos?

No, para nada, pero llega la semana santa y todos se vuelven locos. Una persona trae a diez más, y entre todos ni conocen los pescados (cuenta entre risas). Uno tiene estar explicándole las especies para que ellos se lleven calidad.

Siempre se habla que los precios se elevan mucho en semana santa ¿Qué tan cierto es eso?

Hay gente que nunca viene, quizás por eso cree que está caro. Por ejemplo, hace unos años salió un pescado que nadie conocía que es la reineta, y ahora es un boom. Acá la tenemos a $2.800 pesos el kilo durante casi todo el año, pero yo creo que ahora subirá máximo hasta $3.500 pesos, el año pasado llegó a $4.000, pero son alzas pequeñas.

¿Están sindicalizados como trabajadores del Mercado?

No, cada uno vela por sus intereses. Aparte hay muchos lugares en donde los trabajadores no tienen contrato, que no es el caso de esta empresa, pero nunca nos hemos organizado para realizar eso.

¿Por qué cree que se deja de lado este tema?

Acá a la gente no le gusta que le descuenten para temas externos. Sólo importa el pago diario, es un tema más personal, lo que se respeta.

¿Qué es lo que más le llena de su trabajo?

La rutina de todos los días. El mercado es pura felicidad, tiramos la talla, no tenemos problemas, es una vida distinta, que no encuentras en todos los trabajos. Nosotros vivimos en una burbuja acá y somos felices.

¿Cuál es su mayor anécdota en el trabajo?

Lo único que le puedo contar es que yo llegué casado con 34 años de matrimonio, y tres hijos, pero ahora estoy separado con una hija de tres años, no puedo hablar más que eso (risas).

¿Por qué el Mercado Central es un trabajo tan bueno?

Es una fuente muy buena, acá alguien se puede llevar 500 ó 600 mil pesos con facilidad, y para muchos el dinero es importante. Acá trabajamos 5×2 y dos domingos al mes, es una pega relajada.

¿La relación con las otras empresas y trabajadores es buena?

Cuando a una empresa le falta algo, nosotros la ayudamos, y viceversa, no tenemos problemas por nada. Todos somos felices, nos vamos con plata y tranquilos, porque este trabajo es alegría.

¿Qué consejo le daría usted a alguien que quisiera trabajar acá?

Que debe ser bien aguja, pero debe disfrutar de esto, eso es lo esencial. Trabajar acá es una bendición y uno debe cuidarlo porque es parte del patrimonio histórico de este país.

Mientras se acercan unos turistas a conversar con él, Pedro sigue en su senda diaria, mostrando y vendiendo los productos del mar. La vida acá es sencilla, tranquila y con un gran ambiente, eso lo hace feliz, porque aprendió a amar lo que hace.