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Editorial: Automatización laboral


Con el avance de la tecnología, la inteligencia artificial y los procesos de automatización en las empresas, nos enfrentamos a un escenario futuro complejo y de gran incertidumbre para las y los trabajadores, que comienzan a ver amenazados sus puestos de trabajo, para ser reemplazados por máquinas. 

Esto ya lo hemos vivido en la historia de la humanidad, no obstante, jamás con el nivel de aceleración que enfrentamos hoy. Estudios internacionales sostienen que la mitad del trabajo actual estará automatizado para 2055. En el caso chileno, ya en 2022, el 27% de los empleos tenían un alto riesgo de ser automatizados y, por lo tanto, de desaparecer, siendo los empleos de mediana calificación y con un elevado componente rutinario, los más afectados.

Avanzar en procesos de automatización, permite a las empresas elevar los niveles de productividad, haciendo que mejoren sus resultados y la calidad de sus productos, así como la velocidad con la que se realizan. Podrán, por tanto, ser más competitivas en el concierto de los mercados globales y reducir costos a través del ahorro de salarios. Informes estiman que el ahorro en remuneraciones a nivel nacional llegaría a los 41 mil millones de dólares.

Si bien la automatización implica para las empresas un gran beneficio, el costo para la sociedad podría ser enorme. La Doctrina Social de la Iglesia nos recuerda que la empresa tiene, por una parte, una función económica, la que consiste en crear riqueza para toda la sociedad, “no sólo para los propietarios, sino también para los demás sujetos interesados en su actividad”. Pero, por otra parte, tiene una función social “creando oportunidades de encuentro, de colaboración, de valoración de las capacidades de las personas implicadas”. Por lo tanto, “el objetivo de la empresa se debe llevar a cabo en términos y con criterios económicos, pero sin descuidar los valores auténticos que permiten el desarrollo concreto de la persona y de la sociedad”. 

En un sentido similar, el Papa Francisco nos recuerda que “el trabajo no puede considerarse como una mercancía ni un mero instrumento en la cadena productiva de bienes y servicios, sino que, al ser primordial para el desarrollo, tiene preferencia sobre cualquier otro factor de producción, incluyendo al capital. De allí el imperativo ético de «preservar las fuentes de trabajo», de crear otras nuevas a medida que aumenta la rentabilidad económica, como también se necesita garantizar la dignidad del mismo”.

La automatización en sí no es un problema, por el contrario, la tecnología puede ser complementaria y facilitadora de la convivencia familiar y es, por ende, una oportunidad para cambiar, reformar y repensar la actividad humana en los nuevos mercados laborales que se vislumbran. El desafío es cómo avanzar para que en este proceso se ponga el acento en la persona y su dignidad y no sólo en la reducción de los costos económicos.

La Iglesia advierte que, en un mundo globalizado, donde el marco de escenarios económicos tiene dimensiones cada vez más amplias y donde los Estados ven limitadas sus capacidades de gobernar los rápidos procesos de cambio que afectan las relaciones económico-financieras internacionales, la empresa debe asumir nuevas y mayores responsabilidades.

De igual modo, el diálogo social resultará fundamental para que empresarios, trabajadores y el Estado avancen en consensos éticos mínimos, ya que no basta solo dirigir esfuerzos en políticas de reconversión laboral, capacitación y formación continua, ya que, si bien éstas son fundamentales, es necesario establecer un marco valórico con vistas al bien común para reducir al mínimo los costos sociales que conlleva reemplazar a personas por máquinas y, de esta forma, que los avances tecnológicos siempre estén al servicio de un verdadero desarrollo humano integral.

Felipe Guala

Director de Fortalecimiento Comunitario VPSC: