ENTREVISTA: Danilo Parraguez González, es el hombre detrás del minero y hace 16 años es una estatua humana. Este es su único trabajo y con él ha sustentado su hogar. Pertenece a una compañía de arte vivo, donde comparte su pasión con otros artistas de la calle.
Por P. Ampuero y F. Morón
Publicista de profesión, Danilo Parraguez, decidió dejar los trabajos formales para dedicarse a lo que hoy llama su pasión. Hace 16 años que es una estatua humana y hace 13 que se convirtió en el emblemático Minero de Cobre de la Plaza de Armas.
El trabajo como estatua le ha dado la posibilidad de mantener a su familia, su esposa, con quien lleva 20 años y a sus dos hijas, de 16 y 18 años. A continuación, Danilo aclarará cómo llegó a convertirse en estatua y luego a ser el minero, y además, contará un par de anécdotas que le ha dejado el trabajo en pleno centro de Santiago.
¿En qué estabas antes de trabajar como estatua humana?
Yo egresé de publicista, pero al poco tiempo me di cuenta de que no servía para que me mandaran o me retaran cuando llegaba atrasado, así que aguanté un par de años no más y de ahí los mandé a todos a la “cresta”.
¿Cómo fue que pasaste de no querer un jefe, a este trabajo?
Andaba haciendo un trámite en un banco, me acuerdo, y de repente cacho una estatua negra que yo no había visto nunca ahí. Cuando me doy cuenta que le echan una moneda y el loco se empieza a mover, y yo dije “oooh”. Quedé fascinado. Ahí empecé la historia del minero.
¿Cuál fue el proceso?
Empecé a indagar donde se compraban los maquillajes, cómo se hacían los trajes, y aprendí el oficio. Después de varios personajes llegó el leñador. Luego cambié el hacha por la picota y fui un pirquinero. De pirquinero pasé a minero y hasta el día de hoy ya llevo casi 13 años con el mismo personaje. Y creo que ha estado bien, la gente aceptó el personaje y ya soy parte del inventario de la Plaza de Armas.
El minero
Danilo se mantiene de pie sobre una tarima todas las mañanas, caracterizado con ropa de minero y pintado desde los pies a la cabeza del color del cobre. Habla un poco de portugués y spaninglish (sic), como él le llama a su inglés, que le facilitan su relación con los turistas.
Cuando partiste, ¿qué fue lo más difícil?
Al principio me costó mucho, parecía canasta de guatitas, tiritaba. La gente decía “oh, el loco mula, chanta”. Puras críticas mala onda. Siempre era lo mismo, entonces, empecé a preguntar cuál eran las técnicas, y desde ahí comencé a trabajar con la tierra, aire y cielo, los movimientos. Después te quedas pegado en un punto fijo, ya sea un mástil, la hoja de un árbol, lo importante es mantenerse. Eso cuesta. Cuesta años controlar el cuerpo humano en realidad, pero ¿sabes qué? Creo que lo logré, no a la perfección, pero por lo menos ya no tirito como tiritaba antes.
¿Cómo se produce la transformación? ¿Cuál es la rutina para convertirse en el minero de cobre?
Me levanto re temprano. Tomo desayuno. Despierto a los chicos para que se vayan al preu y al colegio. Espero que tomen desayuno y salgo de la casa a las 8:30. Nueve y media estoy en el centro. A las diez y media ya estoy funcionando. Me demoro una hora en transformarme.
¿Dónde realizas el cambio?
Me transformo en el edificio Catedral, el administrador es súper amigo mío, un viejito muy choro. Llevo tres años ahí, guardando mis cosas sin pagar ni uno y nada po, feliz en ese edificio.
En este trabajo eres tu propio jefe, ¿tienes un horario de salida?
Sí, claro. Siempre estoy hasta las una y media, dos de la tarde. Y aclaro que este es mi trabajo oficial y no lo cambio por otro. Además, ¿qué mejor? Porque estoy solo media jornada en la Plaza. Y cada una hora y media me bajo a tomar agüita y a fumarme un cigarro.
Cuéntanos alguna anécdota como estatua humana.
Mira, te voy a contar dos. Una vez en septiembre del año ‘98 estaba llena la Plaza y de repente llegó un grupo, y no estaba mi tarrito de las monedas y me robaron care’palo, así sin dolor. Yo había trabajado todo el día y toda la tarde por las lucas, estaba bueno ese día. Y dije “con… me robaron”, y la gente cuando yo dije eso empezó a echar billetes de luca, así que recuperé la plata que había hecho en todo el día en un par de minutos. Fue increíble, no me di ni cuenta cuando me sacaron el tarrito.
Las mejores son cuando asusto a las minas y a los hombres. Quedan “pa la cagá” y yo me mato de la risa. He comprobado estadísticamente que las mujeres son más chuchetas que los hombres. Yo asusto a las minas y me dicen “mira, con…” (risas). Pero el hombre por lo general no dice nada y se va. La gente se ríe, porque ellos saben que en cualquier momento, cuando estoy muy cansado de estar parado, asusto. Pero no se le hace mal a nadie, además, sobre la misma caen sus moneditas, es entretenido.
¿Y en la familia como ven tu trabajo?
Mis hijas están orgullosas de mi pega, porque a ellas les ha dado para que sigan estudiando. Y eso es lo mejor, yo creo que todos los papás queremos lo mismo para los hijos. Que sigan aperrando en la vida y, mientras esté vivo, le voy a dar hasta cuando me duela no más, hasta cuando yo no dé más, pero quiero que ellas sean profesionales, quiero verlas salir de la universidad.
Una indiscreción, ¿cuánto gana el minero de cobre?
No puedo decir cuánto gano, pero me va bastante bien, estoy bien contento (risas).
El Minero de Cobre sigue con su rutina al terminar la entrevista, al lado de Carolina, colega de la Compañía de Arte Vivo, que reúne a otras cinco estatuas, las únicas con permiso en el centro de Santiago.