ENTREVISTA: Audolina Barra (Lola) tiene un local de depilación en el centro de Santiago. El cuidado con la higiene, la atención personalizada y el esfuerzo por sacar adelante su negocio son latentes en cada gesto que tiene con sus clientes, quienes confían su belleza en las manos de esta profesional de los vellos.
[Santiago, 24 de Julio de 2013] Hace 68 años, su padre debía inscribirla en el registro civil como Ana Luisa Barra Rivas. Pero su progenitor se desvió del camino y antes pasó a tomar unos tragos. Ya con el mareo en la cabeza, llegó a la oficina pública, pero en ese momento no recordaba qué nombre llevaba su hija. El padre al final la inscribió con el nombre de Audolina. De todas formas, actualmente todos la conocen como “Lola”.
Lola tiene un local de depilación en calle Estado n° 33. Al interior de un box de un par de metros cuadrados atiende a mujeres y hombres, quienes se entregan con confianza a sus manos, les cuentan sus problemas y hasta le piden consejos. “Uno todos los días tiene que escuchar a la gente. Y si uno puede, le da un consejo, una palabra de aliento”, afirma, mientras da vueltas la paleta que utiliza para esparcir la cera en los cuerpos de sus clientes.
No es su primer trabajo, pero quizás sí el último. Cuando era joven trabajó en fábricas, un laboratorio y haciendo costuras desde su casa. Hace siete años su hermana la introdujo en el mundo de la depilación. Después de un tiempo trabajando en familia, se independizó arrendando un local en el centro de la capital.
“Al principio fue difícil, yo estuve a punto de no seguir en esto, porque no manejaba bien la máquina que calienta la cera. A veces se terminaba la cera mientras atendía a alguien, porque no sabía cómo usarla. Me costó aprender”, comenta Lola.
Su trabajo requiere paciencia, ya que cada pelo es un enemigo. Pasa una y otra vez la cera en las piernas de las clientas y luego se pone sus gruesos lentes para pillar algún vello rebelde que aún no haya salido. “Acá hay uno”, dice cuando lo encuentra, mientras lo saca de raíz con un tirón de sus pinzas. Especial cuidado también pone a la higiene, limpiando todo con alcohol y manteniendo aireado el reducido espacio laboral.
Es así como hombres y mujeres pasan a verla diariamente. Según cuenta la trabajadora, los varones la buscan para depilarse la barba, las cejas, el abdomen y a veces las piernas.
“Por lo general los futbolistas se depilan las piernas y los glúteos. Ellos dicen que transpiran demasiado y que lo hacen para evitar infecciones. La primera vez que vienen sufren harto, pero al rato se acostumbran. Por lo menos no se quejan, se quedan calladitos”, cuenta entre risas.
Su trabajo la ha desafiado a ser tolerante, ante la diversidad de clientes que llegan a su local: desde trabajadoras sexuales hasta jóvenes oficinistas que laboran en el centro de Santiago. “La gente que viene a me conversa harto, yo escucho mucho decir que no les gusta su trabajo, que se aburren. Yo siempre les aconsejo que estudien una profesión, que eso abre oportunidades”, señala.
A pesar de que le gusta su trabajo, ya el cansancio le pesa. Ella comienza a trabajar cerca del mediodía, hasta las nueve o diez de la noche los días de semana y sábados. Ha tenido que tomar pastillas para calmar los dolores de brazos y piernas, provocados por las horas que debe permanecer de pie. Por eso está pensando en dedicarse, en un futuro cercano, a la administración del local y dejar la atención de personas.
Su labor depende mucho de la época del año. En invierno la demanda baja, pero en verano es muy difícil verla con tiempo libre. “Lo bueno es que me alcanza el dinero para fin de mes. Por ejemplo, ya este mes de julio, que no ha acabado, llevo 450 mil pesos ganados. En verano puedo hacerme un sueldo de 700 o 800 mil pesos. Pero se trabaja sin parar, todo el día. Es agotador”, cuenta Lola. Además, recibe el dinero de su jubilación, equivalente a 80 mil pesos, lo que también le permite acceder a Fonasa.
“Me gusta trabajar y estar en el centro de Santiago, no estar encerrada en una fábrica. Si me quedara en la casa me aburriría y echaría de menos mi local”, explica con una sonrisa, mientras vuelve a revolver la cera depilatoria en una pequeña máquina calentadora.