PERFIL: A Clara se le puede encontrar en la esquina de Bandera con Catedral, vendiendo su artesanía de crin, el pelo de la cola del caballo. Siempre con una sonrisa en su rostro y sus manos dedicadas a la creación de figuritas, esta mujer de Rari ha logrado superar las adversidades y enseñar su tradicional arte en las calles de la capital.
Por Lissette Fossa
Clara Luz, se llama. Clara como su mirada y el tono de su voz. A sus 66 años, Clara Luz Sepúlveda mantiene la jovialidad y la ternura de una niña, lo que le da la razón a su madre por haberla bautizado así. La misma madre que definió su vida al enseñarle el arte que le ha permitido trabajar y generar ingresos para su hogar: la artesanía de crin (pelo de caballo).
Tenía nueve años cuando su mamá y su abuela le enseñaron este arte en su pueblo natal, Rari. “Al principio solo sabía hacer paraguas y quitasoles de crin”, cuenta Clara, quien después fue aprendiendo más formas para darle vida al pelo de la cola del caballo, observando las figuras que otros realizaban. Ella es autodidacta.
Su vida giró en torno al trabajo de su madre hasta que a sus 25 años su madre murió. Entonces, Clara tomó sus cosas, dejó su hogar y llegó a Santiago “para pasar la pena”, según describe. Así, cargando con la tristeza fue conociendo las calles de la capital y realizando nuevas creaciones en crin. Tejía y tejía, para olvidar que había dejado en el sur la tumba de su madre, a sus hermanos y su hogar. Y acá, muy lejos de los caballos que le proporcionaban su materia prima, Clara se casó, tuvo dos hijos y se separó. Y durante ese tiempo, cada momento que tenía libre, lo dedicaba a tejer en crin.
“Me encantó, me gusta Santiago, ya no quiero volver a Rari. Acá la vida es más fácil, es fácil conseguir cosas, comprar, ¡pero allá es tan sacrificado!”, dice Clara.
Ya en la capital, Clara comenzó vendiendo su artesanía y artículos religiosos en la Gruta de Lourdes, en Quinta Normal. Hasta que con los años se dio cuenta que sus mariposas de colores, sus aros y brujitas de crin llamaban mucho más la atención de sus clientes. Tras 25 años sentada al lado de la Gruta, en 2003 cambió su puesto de trabajo al centro de Santiago, alrededor de la Catedral. Hoy se sienta a vender su artesanía de lunes a viernes, en calle Bandera con Catedral. Los sábados está en Huérfanos con Ahumada.
Con la venta de los artículos religiosos y su artesanía, Clara ha mantenido su casa y pudo criar a sus hijos. El menor de ellos, aquejado por una enfermedad mental, vive con ella y le ayuda a realizar sus figuras, en especial los palotes. “Le salen muy bien, me ayuda mucho”, dice ella sonriendo. Está contenta de tenerlo cerca. El año pasado él desapareció por seis meses, sin decirle nada a nadie. Clara lo buscó con la policía, le rezó a cuanto santo existía y se sumió en la angustia pensando en su hijo. En esos días de pena, Clara se distraía tejiendo. Nunca paró de hilar el crin entre sus dedos. Ya cuando pensaba que había perdido todas las fuerzas, una noche su hijo tocó su puerta y volvió a su hogar.
Su felicidad, dice Clara, estaría completa si estuviese en paz. Pero todavía está un poco nerviosa. Su otro hijo, el mayor, a pesar de crecer sano y fuerte, cayó en las drogas. Hoy vive su rehabilitación y ella lo ve bien, pero aún tiene miedo de que él reincida. Clara sí es enfática en decir que ahora él está bien y que trabaja mucho. Y que hasta le lleva regalos cada vez que puede. Mientras describe los obsequios, Clara vuelve a sonreír y la luz de su segundo nombre retorna a su cara.
¿Y con su trabajo, es feliz? “Sí, muy feliz”, asegura Clara. No lo duda ni por un momento. Por eso se ríe cada vez que una de sus mariposas se vuela con el viento. O cuando a uno de sus angelitos de crin se le ocurre cruzar la calle. Pero ni se molesta en ir a buscarlos. A veces se pierden, otras veces alguien se los devuelve. Mientras tanto ella sigue tejiendo más y más artesanía. Como si fuese necesario hacer un mundo de crin; de sus manos salen abejas, campesinas, mariposas y canastos de coloridas flores.
Sus figuras voladoras fueron inspiración para el cuento ganador de Santiago en 100 Palabras en 2009. El cuento se llama “La Desordenada”, y Clara lo expone a sus clientes para que lo lean cuando pasan por Bandera con Catedral. Al que le pregunta, ella le muestra el cuento, mientras continúa con su hipnótico movimiento de manos para terminar alguna figura.
Clara además disfruta enseñando lo que sabe. Sus dos nietos ya aprendieron a tejer figuras de crin y ocasionalmente hace cursos. Ya en febrero hizo un curso para 15 personas y en marzo va a realizar otro en Factoría Insomnio. Eso le ayuda a sumar ingresos, cercanos a los 15 mil pesos diarios. “Nunca me va muy mal, todos los días vendo”, explica.
Con ese dinero también ha juntado para pedir un permiso municipal y poder así trabajar legalmente en la calle. Hace un par de años fue al municipio y le negaron el permiso, pero Clara cree que ahora podría conseguirlo, “no importa cuanta plata cueste”. Ese es su objetivo: conseguir el permiso y así poder poner una mesita y una silla. Y seguir tejiendo: “Hasta que me muera”, afirma sonriendo.