Una Iglesia comprometida con el mundo del trabajo expresada en su doctrina social

Por Felipe Guala Cordero, Director de Fortalecimiento Comunitario, VPSC.

El pasado 15 de mayo conmemoramos un nuevo año de la encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII, la primera encíclica social con la que se inició la Doctrina Social de la Iglesia y que refería precisamente a la situación del mundo obrero, producto de la Revolución Industrial. 134 años después, el Papa León XIV asume su pontificado recordando y reconociendo el patrimonio de la Iglesia con su Doctrina Social, vinculando su nombre con quien afrontó la cuestión social en la defensa de la dignidad humana, la justicia y el trabajo.

Como la preocupación por las y los trabajadores está en el corazón de la Iglesia y sigue más vigente que nunca, en Sindical.cl queremos recordar algunos de sus principales planteamientos:

La dignidad del trabajador y la trabajadora

La Doctrina Social de la Iglesia nos recuerda que fuimos creados por Dios a su imagen y semejanza, ahí radica nuestra dignidad humana, la cual es inherente por el solo hecho de ser hijos e hijas de Dios. Junto con ello, nos ha dejado por herencia la Creación y la tarea de continuarla. De esta forma, a través del trabajo somos co-creadores de su obra. Decía el Cardenal Silva Henríquez que “cuando alguien queriendo hacerlo no puede trabajar, hay una parte de la Creación que queda sin hacer, hay un plan de Dios frustrado”.

El trabajo, por lo tanto, expresa la dignidad de cada persona y no solo eso, también la aumenta. Mediante el trabajo el hombre y la mujer se realiza a sí mismo como persona, haciéndose en cierto sentido más hombre y más mujer (LE 9). Resulta una obligación moral, por lo tanto, resguardar esta dignidad a través de adecuadas condiciones de trabajo.

El trabajo como derecho y deber

El trabajo, así, es un derecho fundamental y un bien para el ser humano (CDSI 287), pues representa una dimensión fundamental de la existencia humana, dirá el Papa Francisco que “es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal” (LS 128).

No obstante, al ser parte de la obra de la creación, el trabajo es también una responsabilidad con la comunidad a la que pertenece y está llamado a practicar una solidaridad, incluso material, con aquellos menos favorecidos, compartiendo los frutos del trabajo (CDSI 264). El trabajo, por lo tanto, es también camino de salvación, pues a través de él la persona “suscita las energías sociales y comunitarias que alimentan el bien común en beneficio sobre todo de los más necesitados” (CDSI 266).

Dimensión objetiva y subjetiva del trabajo

Para la Iglesia, el trabajo posee una doble dimensión: objetiva y subjetiva. La objetiva responde al conjunto de actividades, recursos, instrumentos y técnicas. Mientras que la subjetiva es el actuar de la persona en cuanto ser dinámico, “capaz de realizar diversas acciones que pertenecen al proceso del trabajo y que corresponden a su vocación personal” (CDSI 270).

El Padre Hurtado decía que “el trabajo es un esfuerzo personal pues por él el hombre da lo mejor que tiene: su propia actividad, que vale más que su dinero. […] Por el trabajo descubre los vínculos que lo unen a todos los demás hombres y mujeres, siente la alegría de darles algo y de recibir mucho en cambio” (Moral Social, p.229-230). Es por esto que el trabajador y la trabajadora no pueden ser considerados como simples instrumentos de producción o como una simple fuerza de trabajo. Es Dios quien trabaja a través de cada persona. 

Las sociedades materialistas han dado históricamente una mayor relevancia a la dimensión objetiva, olvidando en ocasiones que los trabajadores son sujetos eficientes, verdaderos artífices y creadores (LE 7). La búsqueda frenética de la eficiencia y la maximización de los resultados económicos y productivos atenta con la dimensión subjetiva, midiendo el trabajo humano con la vara de la productividad y las ganancias que genera, en vez de su aporte concreto a la sociedad. Para la Iglesia, la dimensión subjetiva debe tener preeminencia sobre la dimensión objetiva. Es bueno generar riqueza, pero antes es necesario respetar la persona humana. La riqueza como un fin deshumaniza la vida social y daña la dignidad humana. Tanto a quien acumula riqueza como a quien es usado como instrumento de producción.

Prioridad del trabajo sobre el capital

Este carácter subjetivo o personal del trabajo hace que sea superior a cualquier otro medio de producción y, en particular, respecto al capital. Para la Iglesia, tanto el trabajo como el capital son complementarios, ya que ni trabajo ni capital pueden generar bienes o servicios de manera autónoma. Sin embargo, el primero tiene una prioridad intrínseca con respecto al capital, pues “el trabajo es siempre una causa eficiente primaria, mientras el capital, siendo el conjunto de los medios de producción, es sólo un instrumento o la causa instrumental” (CDSI 277).

La verificación material de esta prioridad se puede apreciar claramente en el desarrollo de los medios de producción, los que han sido gestados gradualmente por la experiencia y la inteligencia de hombres y mujeres. En este sentido, se puede decir que el conjunto de medios es fruto del patrimonio histórico del trabajo humano (LE 12).  

Trabajo y propiedad privada

El derecho a la propiedad privada es considerado por la Iglesia como fundamental para toda persona, ya que condiciona su autonomía y desarrollo. Aun así, es un derecho que siempre debe estar subordinado al principio del destino universal de los bienes (PP 22-23). La desigualdad que emerge cuando se olvida esta subordinación, genera malestar en aquellos desfavorecidos y deslegitima a las instituciones, que comienzan a verse como ineficaces en la distribución de los beneficios conseguidos por todos, afectando la cohesión social. Las brechas económicas producen también desconfianza en los empresarios, alimentando una suerte de antagonismo entre el trabajador y el empresario, lo que mina toda posibilidad de construir una relación comunitaria entre ambos.

La propiedad que se consigue sobre todo por medio del trabajo, debe servir al trabajo. Esto aplica para la propiedad de los medios de producción, pero también a los bienes propios del mundo financiero, intelectual, técnico y personal (CDSI 282). Lo importante es que el uso de estos bienes esté al alcance de todos. La propiedad, así como los distintos mecanismos del sistema económico, deben estar predispuestas para garantizar una economía al servicio del ser humano (CDSI 283).

Los derechos laborales

Los derechos laborales son una manera concreta de reconocer la dignidad de las y los trabajadores. De esta forma, la Iglesia ha planteado a lo largo de la historia, no sólo el derecho a trabajar, sino también reconocer el derecho al descanso (Gen 2,2; Mc 2,27; CCE 2184; DA 121), el derecho a un salario justo y adecuadamente pagado (Dt 24,14-15; RN 33; LE 19), el derecho de huelga (CCE 2435; GS 68; LE 20), el derecho de los trabajadores a organizarse por medio de sindicatos (RN 32, LE 20, CV 64), entre otros. 

Dirá Benedicto XVI en esta línea, que el trabajo “sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación” (CV 63).

La organización sindical

Por último, quisiéramos reafirmar la importancia que tienen los sindicatos para la Iglesia, pues desde siempre el reconocimiento de los derechos laborales ha sido un problema de difícil solución. Bajo esta premisa, la Doctrina Social de la Iglesia, señala que las organizaciones sindicales son un factor constructivo de orden social y solidaridad, un elemento indispensable de la vida en comunidad (CDSI 305) y exponentes de la lucha por la justicia social (LE 20). 

Su finalidad es justamente, defender los intereses vitales de los hombres y las mujeres empleados en diversas labores, pero también aportan a la inclusión social, al ser un espacio privilegiado en que los trabajadores se hacen parte unos con otros. 

El sindicato, además tiene un rol relevante en la “recta ordenación de la vida económica y de educación de la conciencia social de los trabajadores, de manera que se sientan parte activa, según las capacidades y aptitudes de cada uno, en toda la obra del desarrollo económico y social, y en la construcción del bien común universal” (CDSI 307).

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