Por el Centro para el Desarrollo Humano Integral – Chile
El 17 de octubre se conmemoró el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, una fecha que nos invita a mirar de frente una realidad que, más allá de las cifras, tiene rostro humano. Millones de personas viven hoy en desamparo, con derechos vulnerados y sin acceso a condiciones de vida dignas. Los y las trabajadoras no son la excepción.
Inspirada en la exhortación apostólica Dilexi te del Papa León XIV, el Papa nos invita a reflexionar desde la Doctrina Social de la Iglesia, los desafíos del mundo del trabajo en medio de la pobreza estructural y la desigualdad. Por eso, acogiendo este llamado y mirando nuestra realidad es necesario que la fe cristiana no permanezca indiferente ante el sufrimiento y que la caridad, cuando se encarna, “se convierte en libertad” (n. 49), especialmente frente a las nuevas formas de esclavitud: la trata de personas, el trabajo forzoso, la explotación sexual o la exclusión que priva a tantos de sus derechos. Esa libertad encarnada es la que falta cuando el trabajo se vuelve terreno de abuso o precariedad, cuando las condiciones laborales limitan la vida, los sueños y la esperanza.
En Chile, la pobreza tiene hoy nuevos rostros. Según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), la tasa de ocupación informal alcanzó el 26 % en el trimestre junio-agosto de 2025, lo que equivale a más de 2,4 millones de personas que trabajan sin protección social ni estabilidad. Al mismo tiempo, la tasa de desocupación llegó a 8,6 %, y la pobreza multidimensional afecta al 16,9 % de la población, según el Ministerio de Desarrollo Social (2024). Estas cifras nos interpelan porque muestran una paradoja que se repite día a día: se puede trabajar y seguir siendo pobre. En palabras de León XIV, “muchos hombres y mujeres trabajan desde la mañana hasta la noche, aunque este esfuerzo sólo les sirva para sobrevivir y nunca para mejorar verdaderamente su vida” (n. 14). No se trata de falta de voluntad ni de esfuerzo, sino de estructuras laborales y sociales que perpetúan la desigualdad y niegan a las personas su posibilidad de desarrollarse.
La Doctrina Social de la Iglesia nos recuerda que el trabajo no es lo que da dignidad al ser humano: es el ser humano quien otorga dignidad al trabajo. Toda persona posee una dignidad intrínseca, anterior a cualquier ocupación o salario. Sin embargo, el trabajo debe ser un espacio donde esa dignidad pueda expresarse plenamente, donde hombres y mujeres aporten al bien común, desarrollen sus capacidades, construyan familia y comunidad, y aporten a la sociedad con lo mejor de sí. Por eso, el Papa León XIV afirma que “la ayuda más importante para una persona pobre es promoverla a tener un buen trabajo” (n. 115), porque “la falta de trabajo es mucho más que la falta de ingresos: trabajando nos hacemos más persona, nuestra humanidad florece”.
Esta afirmación no contradice la convicción de que la dignidad es inherente, sino que la complementa: el trabajo, cuando es justo, permite hacer visible esa dignidad y ponerla en relación con los demás. En cambio, si es una precariedad o abuso, rompe el tejido social y niega el sentido humano del esfuerzo. Por eso, el llamado del Papa es claro: no basta con acompañar al que sufre; es necesario transformar las estructuras que lo oprimen, promoviendo caminos de justicia y participación que devuelvan al trabajo su valor social y comunitario.
En el mundo del trabajo, hacer frente a esas estructuras injustas se traduce en la organización de los y las trabajadoras, en la construcción de espacios colectivos donde la solidaridad se hace acción y defensa concreta. Desde la primera encíclica Rerum novarum del Papa León XIII, la Iglesia reconoce que el lugar donde los trabajadores podían vivir esa solidaridad era precisamente la organización sindical. Es en ella donde los hombres y mujeres del trabajo pueden unir sus voces, reclamar justicia y promover los cambios estructurales que dignifican la vida laboral. Los sindicatos no son solo espacios de defensa de derechos, sino también lugares donde se aprende a cuidar al otro y a vivir en comunidad. En Dilexi te, León XIV nos recuerda que “una Iglesia para los pobres no puede permanecer indiferente ante la fragilidad permanente de quienes trabajan y están excluidos” (n. 52).
Organizarse es una manera de resistir, de cuidar la vida y de afirmar la democracia en un tiempo en que a veces se pone en duda. En la vida sindical, la solidaridad es una forma de caridad social encarnada: es preocuparse del dolor y la desesperanza del otro, pero también alegrarse con sus logros, reconocer la fuerza colectiva y defender el derecho a construir un país más justo.
Hoy, frente a la pobreza laboral, la informalidad y las desigualdades persistentes, no podemos quedarnos inmóviles. Como creyentes, trabajadores y ciudadanos, estamos llamados a responsabilizarnos y actuar. Erradicar la pobreza no es solo una meta técnica: es una tarea ética y espiritual que nos compromete con los más débiles. Como nos desafía León XIV, “la opción preferencial por los pobres no es exclusivismo ni discriminación, sino la acción de Dios que se compadece ante la pobreza humana y nos pide una opción firme y radical por los más débiles” (n. 16).
Esa opción se hace visible en políticas públicas que garanticen trabajo decente, salarios justos, protección social universal y participación sindical efectiva, pero también en el compromiso cotidiano de mirar al otro con compasión y justicia. Porque, como advierte el Papa, “una sociedad que tolera la pobreza de los trabajadores ha olvidado su alma”. Y nosotros no queremos vivir en una sociedad sin alma, sino en una donde el trabajo sea signo de encuentro, justicia y esperanza compartida; una sociedad donde el pan y la dignidad no sean privilegio, sino derecho; donde el amor se traduzca en justicia, y la fe, en acción transformadora.
Erradicar la pobreza no es tarea de unos pocos: es una responsabilidad compartida que se construye desde la organización, la solidaridad y el trabajo colectivo. Cuando los trabajadores y trabajadoras se unen, cuando las comunidades se cuidan, el Evangelio vuelve a hacerse vida.




